HICE MIO A RIOBAMBA



HICE MÍO A RIOBAMBA

En julio del 2003, en el lanzamiento del libro de mi autoría, titulado: “Soltar los Pasos”, manifesté algo que, en parte, creo necesario compartirlo con ustedes.
Soy de Mira, un pueblo en la Provincia del Carchi, inmensamente bello pero poco conocido como muchos de nuestros sitios de procedencia.
Vine a Riobamba como profesor de la Escuela Superior Politécnica de Chimborazo, en los primeros meses de 1981.
Riobamba, es mi ciudad, porque así la considero ahora. Me obligó y me obligue a conocerla y por eso la quiero tanto. He descubierto partes de su historia porque tuve acceso a su archivo custodiado por la Casa de la Cultura. He recogido y trascrito muchos documentos paleográficos que me permitieron aportar, modestamente, no a conocer, sino a reconocer nuestra historia por poco contada, y con otras noticias simples, pero no menos importantes, me permitieron tener una columna de prensa que la denominé: “Apuntes del Pasado” que hoy se convierte en libro. Además me involucré y, por varios años, trate de ser cronista de las vivencias en el campo y la ciudad; de la mujer, el hombre o el niño en su búsqueda permanente del pan diario o en el juego esporádico y tradicional.
También me decidí a visitar sus barrios, pasé por la Panadería y me estacione en la Plaza de las Gallinas a mirar entre los destripados aparatos, infinidad de imágenes por rehacer; a Santa Rosa llegué en busca de caretas, globos, y cohetes; a La Condamine a comprar el cauca o la pringa; en San Alfonso me senté a mirar el vóley con putiadas; recorrí todas las iglesias y en la Loma de Quito elevé una plegaría y me harte del paisaje sin límites.
La imagen imborrable de primer día en Riobamba fue en el arco de Bellavista; me senté sin apuros en las bancas del Parque Sucre a saborear las retretas de cada domingo; en el pretil de la Catedral, en el Parque Maldonado, me lustraron los zapatos y leí las revistas y fotonovelas. Alcance a subir al mixto en su acezante partida. Fui por la España esquivando ofrendas florales y lápidas de mármol para al final hacer un recorrido y encontrar amigos de otros tiempos que descansan bajo las alas de los ángeles o de una inscripción que marca su partida; hice bomba con los curiosos esperando que el vendedor de zarza parrilla saque a la culebra Martha Julia, pero en dos horas apenas pude ver al muñeco Chechereche. Visité pueblos y caseríos de Chimborazo que luego los reporté por el diario, que como cosa curiosa, no salía todos los días. Así pasé a mis lectores las vivencias del restaurador de imágenes, del los fabricantes de tejas y ladrillos, de las tejedoras de esteras y canastos, de los minadores de la basura, de la imagen de Cristo que tiene su corazón latiendo en el Museo de la Concepción, de los jugadores de la mamona o de los cocos; de los nombre de las calles y de las primeras ordenanzas del Cabildo, muy caprichosas, pero que legalmente seguirán vigentes porque a nadie se le ocurrió derogarlas.
Me hicieron compadre para lanzar los capillos. Aprendí a cantar “Riobambeñita” y el himno a la ciudad, aún que sea con mi voz destemplada pero henchido de emoción y patriotismo.
Fui aprendiendo a comer jucho, los chigüiles, el jugo de sal, el ceviche de chochos, la fritada donde las Masabandas y tripa mishqui en varias esquinas. Comí moyuelas en Riobamba y Cholas en Guano; me hice adicto a las palanquetas de agua de la Vienesa, visitante perdido en el club El Ferroviario, me fui en caminata a las piscinas de los Elenes y entre los chaquiñanes aprendí a capuliciar.
Me enseñaron que los renacuajos eran timbules y los cocos, cumbis; que las mariposas payacuchas; los mirlos, tzutzos; aprendí, también a mirar perplejo a los tulis y cuvivies, y, como complemento hasta pronuncié ese sonoro y muy nuestro: “que diciendo”.
Aprendí los nombres secretos de los habitantes más conocidos, así se quedaron en mi memoria; los Tusas, los Conejos, los Tochos, el Trompudo, las Pericas, la Moshca, las Yeguas, las Chuscas, el Ciego, el Sambo, el Tuerto, la No le Den, el Gallo Hervido, el Guicho, el Quinde, la Quince Uñas, el Papi, el Chivo, la Loca Carmela, la Piernas de Oro, el Chuta Muertos, el Flaco, el Oso y otros más.
Con la intención de apoyar la investigación histórica de la Provincia del Chimborazo hemos realizado una selección de artículos que reflejan el quehacer diario, entre trascendente o común. Hemos escudriñado varios archivos para desempolvar acontecimientos que fueron noticia o produjeron alboroto. Algunos documentos, apenas nos limitamos a transcribirlos de los originales a una nueva versión de grafía actualizada para que sean utilizados como fuentes de de consulta histórica y por lo tanto se les pueda dar la interpretación requerida por cada investigador. Hay documentos que tienen una riqueza variada por la gran profusión de información que nos proporcionan, por lo tanto quedan, tal como están en los documentos antiguos.
El esfuerzo por conocer la historia de la ciudad y provincia, empezó desde el primer día de mi llegada a Riobamba y ese esfuerzo lo hice con todo el cariño que tengo para esta tierra que me acogió.
En Riobamba formé mi hogar; riobambeños son mis hijos, aquí están la mayoría de mis amigos. Para todos ustedes riobambeños y chimboracenses: Riobamba; apuntes del pasado, con mi gratitud porque me han hecho sentir como uno más de ustedes.

Bayardo Ulloa Enríquez

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