LA CASA DEL AGUA EN NAGUANTUS




Fue por el año de 1988, cuando en uno de los recorridos por la ruralidad de Chimborazo llegamos a Naguantus, a visitar una humilde vivienda enclavada en la ladera.
Nos recibió el dueño de la propiedad, un octogenario campesino, lúcido y buen conversador.
Su casa principal estaba construida con tablas y techado con zinc. En la parte de la fachada había pegado hojas completas de periódicos en los que resaltaban los hechos que provocaron ser titulares del momento.
Al costado de la casita había un arrimado en el que mantenía secas, la leña y las chamizas para dar fuego en su pequeña cocina de pocos trastos de barro y aluminio.
Con la familiaridad que actúa nuestra gente campesina, la charla se vuelve amena y con infinidad de temas.
Lo primero que me llamó la atención fueron las plantas medicinales, que, en una infinidad, estaban como expuestas en un jardín y la cantidad de llaves de agua en una casa que no tenía ninguna conexión a un sistema de agua comunal.
De las plantas me dijo que hay buenas y malas. Muchas sirven para protegerse de la brujería, y así librarse de las maldades y que éstas reboten al cuerpo del que las provoca. 
Nos indicó un cardo santo que él la llamaba; la hierba de Juan Alonso, otra, la hoja de platero, más allá, aceite de carbonel, y otras y otras, que no pudimos distinguir.
Nos aseguró que las plantas hay que cogerlas: “cuando el planeta Venus está en el cenit del cielo. Y en día viernes”, para que hagan efecto. Además, dijo el número 16, separando sus cifras y sumándolas da 7 y ese número era, con seguridad, el que protegía de los males.
“Directamente del Tungurahua a la olla llega el agua”, dijo, enseñando el tanquecito de cemento.
Junto a la casa había una llave de agua; la abrió, cogió el líquido en sus manos y la sorbió con placer. Esta es agua pura, dijo.
Mientras conversamos, de varios temas, y caminamos por la ladera, contamos veinte y cuatro llaves de agua. -Los “grifos” son para tener agua en todo momento-. Así era, tenía muchos reservorios pequeños de agua que captaba desde los tejados de la casa y otros pequeños, en distintos trechos, colocados con este propósito.
Al referirnos a su contextura delgada, vino su mensaje: “La glotonería es lo que mata a la gente por lo que hay que llegar a practicar: ‘ni tanto, ni tan poco’. “Los enemigos de la salud son: el alcohol, la carne y el tabaco”, fue la sentencia y haciendo referencia a los alimentos, nos insinuó que una dieta simple era mejor que una abundante.
Esperen un ratito, dijo, y se perdió por la puerta de su casa. Enseguida vino con una botella y una copa. “Les voy a dar un traguito. Puso el licor en la copa y nos dio la explicación del licor: Aquí tengo tres tipos de tragos; las copitas de mezcal, mi cielito lindo y elixir de la vida. El primero con un año de añejamiento, el segundo dos y el tercero con tres años de estar bajo tierra y la botella colocada en dirección de salida y entrada del sol”.
Los tragos los elaboraba con puro y con macerado de ralladura de cáscara de manzana verde.
Habíamos tomado algunos apuntes porque escribíamos para el recordado periódico riobambeño “El Espectador”, con la intensión de hacer un reportaje, pero las notas se traspapelaron. Al volver a encontrar la libreta de apuntes, quisimos precisar alguna información y llegamos hasta la parroquia El Altar en donde mantenemos algunos buenos amigos, y pedimos que nos acompañen en una visita a don Arsenio Palomino Carrasco, pero nos dieron una mala noticia; había fallecido en uno de los fatales accidentes de tránsito que segó la vida a muchos pobladores del sector de Penipe.

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