FIESTA Y TOROS EN MIRA


La parcelación de la pequeña hacienda de San José, en el barrio de San Roque, al norte de Mira, constituyó uno más de los logros importantes de sus pobladores para obtener un pedazo de tierra que les permita dar sustento a sus familias, en un pueblo en el que la actividad agrícola propia era la única alternativa.

Era el sábado 7 de enero de 1961; todo estaba listo. Los socios de la Junta de Mejoras Locales “Grandeza Nacional” habían recibido la hacienda San José de Mira para repartirla entre 87 familias. Este triunfo merecía una fiesta y así fue.

Los preparativos iniciaron en diciembre de 1960. Habría; misa campal, sesión solemne, comida, bebida, música y toros.

El amplio patio de la hacienda se adecuó con barreras construidas por Gilberto Pule, Celso Pule, Jorge Calderón, Hugo Jaramillo, Jorge Obando, Abdón Garrido, Carlos Navarrete, Juan Miguel Méndez, Pedro Navarrete, Luis Estacio, Rodolfo Jaramillo, Juan Laguna. Victoriano Lomas y Miguel Murillo.

Los toros fueron conseguidos de la hacienda de Pueblo Viejo, y bajo la responsabilidad de los hábiles socios; Miguel Mafla, Ulpiano Obando, Germán Obando, Manuel Navarrete, Julio Arboleda, Luis Mafla y Luis Obando, se realizaría la lidia.

Ricardo Andrade y Segundo Paredes, alquilaron la banda para que amenice la fiesta.

Del aguardiente se encargaron Raúl Ruales y Fabián Ruales. 

Prepararon el tardón; Delio Ruiz y Jorge Calderón; y, éste último junto a Duval Ruales lo repartieron a los asistentes. A más del tardón se sirvió puntas de aguardiente.

En la tarde llegué de la mano de mis padres, pues eran parte de los invitados y se sentía la algarabía de la fiesta. 

En verdad que no fue fiesta de los socios parceleros, era una fiesta del pueblo que esperaba con ansiedad que llegue la tarde para los toros.

Después de todos los actos serios llegó la tarde y con ella más público que abarrotaba el patio y sus alrededores. Como invitados se nos colocó en un palco ubicado en la parte sur oriente del patio. 

La banda entonaba música alegre y varios cohetes se echaron al cielo. Era la fiesta. Era la fiesta grande.

La casa de hacienda tenía un graderío que subía a un patio con pilares, se la miraba imponente, más todavía desde mi visión de mis ocho años. Allí se ubicaron muchas personas y en sitio, preferente, la banda de músicos.

Se habían “jugado” varios toros. En una fiesta de pueblo de chacareros, de sirvientes y mayordomos; de gente acostumbrada al manejo del ganado, la algarabía sobrepasaba al peligro.

Los sirvientes enlazaban con mucha facilidad a los toros bravos que los metían al ruedo con lazos corredizos, y, desde fuera de las barreras dejaban libre de sus ataduras a los toros que iniciaba sus careras. 

Uno a uno los toreros con sus ponchos bajaban al ruedo y se lucían con los lances.

Un toro corrió a otro lado de donde se lo citaba y saltó la barrera, subió por el graderío y atropello a la banda. Recuerdo como el bombo rodó cuesta abajo, y el griterío solo se calmó cuando el toro, después de golpear a unos cuantos y revolcar a otros, regreso al patio.

Nadie fue herido, muchos más fuimos los asustando que desde lejos pudimos mirar el tropel, la polvareda y “las patas arriba” de muchos fiesteros y curiosos.

Repuestos del percance, la banda siguió con sus tonadas y nuevos toros fueron sacados al ruedo.

La tarde mordía la noche; el tardón hacía su efecto. El toro de la oración daba sus últimos empujones y cornadas. 

Fin de la fiesta.

FUENTE: Libro de actas de la Junta Grandeza Nacional. 

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