EN RIOBAMBA: UN CURA PROHÍBE LA LECTURA DEL LIBRO “LAS RUINAS DE PALMIRA”.
Corría el año de 1823 y en la apacible Yaruquíes, jurisdicción del Cantón Riobamba, y el 19 de marzo, el presbítero Joaquín Arrieta, cura de la parroquia y vicario del cantón, muy preocupado, dijo: “Que ha llegado a su noticia, por comunicado de un sujeto sensato y de carácter, que en varias casas del expresado cantón se está leyendo el Libro intitulado la ruina de Palmira, solamente por seguir la inclinación dominante del presente siglo, que consiste en buscar las delicias en el buen gusto de las Letras, aplicándose indistintamente a la lección de los Libros que han presentado al Público los extranjeros, sin atender a la libertad de costumbres, a las proporciones escandalosas, ajenas de la pureza de la piedad christiana y al cáncer con que insensiblemente pretenden sus Autores infestar la fe de Jesuchristo, degradar y obscurecer la hermosura, brillantez, dignidad y excelencia de los principales Dogmas, Artículos y Misterios de la Religión que profesamos, como se deja ver del bostezo o expresión del Infierno, la indicada ruina de Palmira (cuyo objeto es la ruina del Christianismo) en que el Autor ha puesto en prensa todos los infernales artificios, de su mal empleado ingenio, en elevar el estilo con todos los melifluos encantos de la elocuencia, con las frases más halagüeñas, seductoras al error y con las expresiones más significantes con que ha premeditado fascinar a los incautos para invitarlos a seguir las máximas de perversidad que ha estampado en su obra, con que exterioriza su corrompido corazón y da a conocer ser un libertino, impío que se halla envuelto en los amores de los materialistas, ateístas y ser un insipiente, que negando casi todas las verdades de la Religión Sagrada…”.
Insinúa, más abajo, (como que da a entender que leyó el libro), sobre los peligros para la iglesia y su rebaño “con las lecciones de tan perniciosa obra, encantadora de los sentidos por la brillantez de su estilo”.
En razón de su autoridad y las facultades que le ha dado el señor gobernador eclesiástico“para proceder contra todos los que lean y conserven obras perjudiciales y seductivas de la moral Christina, hasta el término de declararlos nominatin excomulgados: Debía de mandar y mandó que todos los que tengan la indicada ruina de Palmira, obra execrable, la presenten en esta Vicaría dentro del preciso término de tres días y los que no lo hicieren, queden excomulgados, con excomunión mayor latae sentiae ipso facto incurenda, reservada al Sr. Gobr. Ecl.co y con esta misma pena se prohíbe la lean y oigan leer; mandando así mismo que todos los que supieren quienes poseen el expresado Libro lo denuncien en esta Vicaría, en el término de ocho días, bajo la misma pena de excomunión: y para que llegue a noticia de todos los Fieles de uno y otro sexo, pásele oficio al Venerable Sr. Cura Rector de la Matriz de Riobamba, para que el día de mañana, antes de anunciar y enseñar las máximas de Religión a sus Parroquianos les lea y de a entender este Autor y después lo entregue al Notario Público para que actúe la misma diligencia en las Iglesias de los Conventos del Cantón”.
¿Quién era el causante de tanto espanto?; se llamaba Constantino Francisco Chassebeuf, nacido en Craon el 3 de febrero de 1757 y fallecido en 1820. Personaje al que su padre le dotó de una excelente educación, logrando fama en sus tiempos de estudiante en la universidad de Angers.
Llegó a París con la intensión de publicar sus escritos. Estudio, medicina, por tres años, era investigador en historia, sobre el origen y el desenvolvimiento de las naciones. Fue filósofo, crítico de buen sentido y erudición.
En 1761 publicó en Paris; Memorias sobre la cronología de Heródoto, causando un revuelo“por el atrevimiento de las ideas y la originalidad de sus puntos de vista”, escriben en el prólogo los editores de “Las ruinas de Palmira”.
Hizo amistad con los hombres sabios de la época; Holbach, Franklin y participó de las reuniones selectas de los pensadores del momento en la casa de Med. Helvecio.
Su intención de viajar a Egipto y Siria, le obligó a prepararse físicamente con marchas, carreras, ejercicios, ayunos, muy exigentes. Además, cuando llegó a Fenicia, se recluyó en un convento del Líbano por ocho o diez meses para estudiar las lenguas semíticas, en especial el árabe y turco. Luego de su viaje de cuatro años volvió a Europa y publicó: Viaje a Siria y a Egipto.
Se dedicó a la política y a las letras, tuvo amistad con Catalina de Rusia y Luis XVI, fue parte de los Estados Generales como delegado de Anjou. Napoleón de otorgó el título de Conde de Volney.
En 1791, publicó “Las ruinas de Palmira”, obra célebre por sus ideas políticas y se vio envuelto en los procesos de los giroldinos que lo llevó a la cárcel. Al salir libre, viajó a Estados Unidos y volvió a Francia para ocupar un asiento en el Senado.
“Las ruinas de Palmira es una defensa del derecho de las naciones, un cuadro admirable sobre el origen y filiación de las ideadas religiosas y la identidad del fin de las religiones; una exposición exacta de las condiciones del hombre en el Universo y del origen de los males sociales”. (Las ruinas de Palmira, prólogo de del editor Ramón Sopena).
En 275 páginas, escribe sobre del estado original del hombre, los principios y males de la sociedad, los gobiernos y las leyes, las revoluciones, el derecho, la libertad, la ley, el origen de la idea de Dios, los cultos y las religiones, entre muchos artículos que se suman en su contenido.
Y claro que asustó en su época. Volvamos a pensar en Riobamba de 1823, cuando apenas estábamos alcanzando la independencia del dominio extranjero.
En el capítulo XX; investigación de la verdad, dice: “Esta proposición fue alabada y aplaudida, y el legislador continuó: a fin de poder con orden y sin confusión, dejad en el circo, delante del altar de la paz y de la unión, un espacioso círculo libre; y que cada sistema de religión, cada secta diferente, levantando un estandarte particular y distintivo, venga a plantarlo en el límite de la circunferencia; que sus jefes y doctores se coloquen alrededor de él, y que sus sectarios se sitúen después de ellos en una misma línea”
“Marcado, en efecto, el semicírculo, y publicada esta orden, se levantó una multitud innumerable de estandartes de todos los colores y de todas las formas, tales como los que se ven en un puerto concurrido de cien naciones comerciantes, los días de galas y fiestas, en que millares de pabellones y gallardetes flamean sobre un bosque de mástiles. Al observar esta prodigiosa diversidad de banderas, me volví al Genio y de dije: Yo creía que la tierra estaba solamente dividida en ocho o diez sistemas de creencia, y aún así desesperaba de que pudiera lograrse su reconciliación; pero ahora que descubro tantos millares de partidos diferentes, ¿cómo podrá esperarse que reine la concordia? No obstante, respondió el Genio, todavía no están todos. ¡Y quieren ser intolerantes!
Páginas más adelante, escribe: “Ese segundo grupo que está muy cerca, todavía más numeroso, compuesto de estandartes blancos, cuajados de cruces, es el de los adoradores de Jesús: Reconociendo el mismo Dios que los musulmanes, fundando su creencia en los mismos libros, admitiendo el mismo modo de un primer hombre que perdió a todo el género humano comiendo una manzana, les tiene, sin embargo, un santo horror, y por compasión se tratan mutuamente de blasfemos y de impíos. Consiste principalmente en el gran punto de sus disensiones en que, tras de haber admitido un Dios único e indivisible, los cristianos le dividen luego en tres personas, que quieren sea cada una de ellas un Dios entero y completo, sin cesar por eso de formar un todo igual. Y agregan que este ser que llena el Universo, se ha encarnado en el cuerpo de un hombre, y que se ha revestido de órganos materiales, eterno e infinito. Los musulmanes, que no comprenden tales misterios, aunque conciben la eternidad del Corán y la misión del profeta, los califican de locuras, y los repelen como visiones de cabezas enfermas, de lo cual se siguen odios implacables”.
Y continúa, luego: “De aquí provinieron una multitud innumerable de sectas, de las cuales han perecido ya doscientas o trescientas, y existen aún esas trescientas o cuatrocientas, representadas por esa infinidad de estandartes que deslumbran tu vista. El primero que está a la cabeza rodeado de ese grupo con vestidos tan raros: de esa mezcla confusa de ropajes violáceos, rojos, blancos, negros y mezclados; de cabeza tonsurada con cabellos cortos, o enteramente rasos; de sombreros encarnados, de bonetes cuadrados, de mitras puntiagudas, y aun con largas barbas, es el estandarte del pontífice de Roma, que, aplicando al sacerdocio la preeminencia de su ciudad en el orden civil, erigió su supremacía en dogma de religión, e hizo un artículo de fe su orgullo”.
Saltamos otros párrafos para copiar lo siguiente: “Detrás de ellos están las sectas subalternas que subdividen aún los grandes partidos, los nestorianos, los eutiqueos, los jacobitas, los iconoclastas, los anabaptistas, los presbiterianos, los wiclefistas, los asiandrinos, los maniqueos, los metodistas, los adamitas, los contemplativos, los tembladores, los llorones, y otros ciento por el estilo; todos partidos diferentes que se persiguen, cuando son fuertes, se toleran cuando son débiles, se aborrecen en nombre de un Dios de paz, se hacen cada cual un paraíso exclusivo en una religión de caridad universal, y los cuales, condenándose en el otro mundo a unas penas eternas, realizan en éste el infierno que su fantasía pone en el otro”.
A pesar de todos los cuidados de los religiosos y sus amenazas, los libros seguían llegando y se leían. Pasaban, en secreto, de mano en mano entre los grupos de amigos; otros caían en poder de los religiosos que los leerían a hurtadillas y disfrutando, como parece, lo hizo el cura de Yaruquíes, cuando manifiesta que: “…el Autor ha puesto en prensa todos los infernales artificios, de su mal empleado ingenio, en elevar el estilo con todos los melifluos encantos de la elocuencia, con las frases más alagüeñas, seductoras al error y con las expresiones más significantes con que ha premeditado fascinar a los incautos para invitarlos a seguir las máximas de perversidad que ha estampado en su obra ...”
“Recibida en esta fecha, cúmplase y ejecútese como se previene y para su debido obedecimiento sáquense dos copias, para que circulen con el Oficio correspondiente, de parte de esta Vicaría, por las Parroquias comprensivas al Cantón de la Villa de Riobamba”. Yaruquíes y Enero 27 de 1823.-13º. (Firman: Joaquín. Arrieta y Pedro Nicolás Yépez, notario público).
FUENTE: Protocolo del año 1823. Notario Pedro Nicolás Yépez, 3 fojas. Archivo Histórico de la Casa de la Cultura, Núcleo de Chimborazo.
Tomado de: Ulloa, Bayardo. Chimborazo, apuntes del pasado (en preparación).
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