PAN, CHAMPÚS Y CHICHA
Desde que llegó la carta -Don Daniel- empezó a arreglar la
entrada a la casa, hizo reparar la puerta que estaba descolgada, y blanqueó, en
su totalidad, la vivienda. Separó los
mejores árboles frutales para que nadie los toque, ni arranque fruta alguna.
Hizo limpiar las monturas y pulir los arreos.
Los colchones se llenan de sol en la espaldera de piedras y
las cobijas tendidas en los alambres, de secar la ropa, flamean su
enmohecimiento. Una que otra pulga
saltaría por los palos que les dio, por una mañana entera, la negrita maltona.
Los días vienen, llegan y pasan veloces sin dar tiempo a
nada.
En el corredor, la Domitila, la comadre Justa, que fueron
conchabadas para que ayuden en la casa, escogen un maíz grueso y amarillo para
hacer las paspas, la chicha, el mote y el tostado.
En la cocina, doña Lucrecia se esmera haciendo dulce de
higos y de zambo.
Con anticipación designaron un lugar seguro dentro del
corral de las gallinas para que germine el grano de maíz para la chicha. Colocaron las hojas de hachera en el fondo de
un pequeño hueco. Luego pusieron una capa de maíz, cubrieron con una nueva capa
de hojas y regaron agua.
Uno, dos, tres días y en cada mañana lo regaban
copiosamente. Y otro día y otro, hasta que el maíz germinó y el ñave alcanzó
unos cinco centímetros. Abierto el envoltorio de raíces y plúmulas, se puso a
secar al sol que siempre golpea en el valle.
Uno, otro y otro día, hasta que quedaron muy secos y fueron
molidos finamente. La harina fue preparada como colada; cocida y dejada a
punto. Luego al pondo madurador. Al
siguiente día ya se podía tomar chicha disuelta en agua de panela, limoncillo y
cedrón.
El concho o residuo que queda en el fondo del pondo,
siempre lo guardaron para utilizarlo como levadura del pan.
Al mismo tiempo que se hacía la chicha se preparaba el maíz
para el champús.
-Parece finados -dijo la negrita.
-¿Parece finados?, -repitió la Domitila; qué va a ser
finados, ahora es año viejo, año nuevo, fiesta de la chamizuda, pascuas, santo
del señor, de la señora y de los guaguas.
La negrita abrió los ojos en signo de admiración, para
luego quedarse en silencio profundo.
-Yora esta guagua, que tonta -dijo Domitila- e inundó el
ambiente con una de sus carcajadas sonoras, de dientes blancos y labios
carnosos.
La negrita rio sin saber por qué y dijo; oye, doña Domitila
y por qué tanta fiesta junta.
-¿Tonta mismo sos o te haces?
La negrita siguió tilcando el mote, sacando el germen o
shungo del maíz que se puso negro. Hicieron la porción suficiente y la señora
Juana, una veterana muy seria, chancó el maíz en la piedra de moler y, luego, a
esperar cuatro días u ocho para que fermente.
La chicha y el champús corrían los mismos días. La chicha hacía burbujas en el pondo, ya
usado cuantas veces, y, el champús se fermentaba en uno nuevo, recién pasado
por la arishca; curado con leche, untada con un trapo, por dentro y por fuera,
y para asegurarse, también fue curado con pega de guarango.
La colada, medio pondo, estaba junto con las hojas de
naranja agria, canela y limoncillo. Tapado la boca con un mantel blanco y
asentado en un tazín de hojas de plátano que don Daniel pasó haciendo una
mañana.
-Verás guagua, dijo doña Lucrecia a la negrita, no tienes
que meter la cuchara con agua al pondo
de la colada del champús, ni con una gota, porque se hace chirle. La viglla o
mama cuchara con la que se coge el champús, sólo sirve para sacar una porción,
condimentar y nada más.
Doña Juana que vestía luto, esta empolvada, blanca de
cabeza a pies y golpea que golpea, un cedazo grande, cerniendo la harina en un tac-tac-tac infinito. Tac-tac-tac
y en chorritos cae la harina que forma montones.
El horno se ubica a un costado de la cocina. Ya está
prendido. La señora Lucrecia, hincada frente a una gran batea, espera que la
Domitila vaya poniendo los ingredientes.
-Verás -dijo dirigiéndose a la negrita- aprenderás como
se hace el pan, tienes que dejar de ser pishcuda.
La negra se aproximó.
Domitila le acercó un plato con manteca de chancho y la
amasadora, con una mano, descolgó una porción. Luego un poco de levadura que se
desbordaba en un perol. Puso sal y varios huevos que rompió en el filo de la
batea. Empieza a mezclar y luego a
frotar la masa hasta dejarla muy suave y manejable.
Coge un puñadito de harina y riega en contorno a la masa,
otro poco se frota en las manos que van quedando blancas. Toma una porción de
masa y hace una bola que la pasa por todo el cuenco de la batea recogiendo el
sobrante.
La tarea la hace como siempre, de memoria. Sabe las porciones y el momento de decir ya
está.
La Domitila, sube la batea, llena de masa, a un anaquel y
la tapa con el mantel para que madure y leude.
Después, las tres mujeres, turnándose hicieron, algunas
clases de pan; de huevo, mestizo, buñuelos y paspas.
En el corredor, don Daniel, amarra en la punta del
jurgunero una marca de chilca para barrer el horno.
-¿Ya está la escoba? -preguntó Lucrecia desde la cocina.
-Ya va -respondió Daniel- y al instante le da el último
estironcito al nudo.
La señora Juana mete la mano en la boca del horno y gira,
lentamente, por tres veces consecutivas, como dibujando un círculo. La cara se protege con un mantel. Saca la mano y dice; ya está como para meter
el pan.
La Domitila, en cambio, dirigiéndose a la negrita que hacía
de aprendiz, dice; ¿si viste como hizo la señora Juanita?, la negra movió la
cabeza afirmativamente. Domitila, prosiguió; cuando el brazo aguanta tres
vueltas, el horno está bueno para meter pan fino y del runita se mete no más.
A las tres de la tarde el olor de la chilca se difundía a
cientos de metros con el anuncio inconfundible de que los Lara se preparaban.
Los gatos y perros pugnaban por entrar a la cocina.
Las primeras latas con pan son introducidas en el
horno. Don Daniel se aleja a dar agua a
los animales y, apenas, el perro más viejo le acompaña.
A las cinco de la tarde retorna don Daniel, y el olor del
pan caliente hace piruetas en el patio. El gato tigrillo sale en estampida
luego de robar un pan furtivamente. Los perros le siguen veloces.
El perro viejo, que seguía a don Daniel, también, se une al
grupo que empezó a ladrar con insistencia ya que el gato alcanzó a subirse a la
tapia, de donde los miraba encrespado y dueño del pan.
-Se puede -dijo Daniel- empujando despacio la puerta de la
cocina.
-Cierre rápido que entra el viento.
Apenas sus ojos se acostumbraron a la penumbra de la
habitación cerrada y al calor que salía en bocanadas del horno, su mujer, le
ofrecía un plato con panes de diversas formas, reventados y olorosos.
NOTA: Separata
de la novela “Soltar Los Pasos”, 2000, Bayardo Ulloa, página 81. (La espera).
Editorial Pedagógica Freire. 200 pp. Publicado en la Revista del 1° Festival del Champús y Pan de Finados. Mira 2015. Colectivo de Gestores Culturales.
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