MIRADA AL HORIZONTE
(Fragmento
del libro inédito de Medardo L. Ulloa; “Disquisiciones y costumbrismos de mi
tierra, 1936)”.
En el
suave declive formado entre el cero “Iguán” y el caudaloso “Chota” se encuentra
el histórico pueblo, que otrora de feliz recordación para sus hijos, llevó el
significativo título de Cabecera de la Gobernación de las Esmeraldas.
Su
posición geográfica, lo hace “un verdadero mirador”, desde el cual se puede
contemplar un panorama pleno de hermosura y belleza que solo el Artífice
Supremo pudo adornar con tanto esmero este jirón de suelo ecuatoriano.
Sus
horizontes se dilatan hacia el sur de la población, de tal manera que en su
semicírculo encierra casi toda la provincia de Imbabura, constituyéndose esta
parte lo más pintoresco de panorama. Desde la hondonada del Chota empieza a
levantarse las alturas de “Inguincho” y el “Pinllar” para unirse en “Yuracruz”,
vértebra andina oriental, que con la Cordillera parece formar un solo bloque para
servir de pedestal gigantesco a la cúpula de inmaculada blancura del “Cayambe”.
Si se
pondera la belleza de las pirámides egipcias, construcciones artificiales en
medio del desierto, en las que no se admira sino el abrumador trabajo del
hombre esclavo bajo el imperio del despotismo humano, aquí se anonada el
espíritu ante la contemplación de obra
tan majestuosa creada por la naturaleza, que si el arte trata de copiar
al lienzo, se necesitaría que la Física y Química agoten sus principios y
materias colorantes para pintar su pedestal y se fundan el oro y los diamantes
para dar el colorido del níveo penacho del Cayambe.
El
Imbabura en medio del paisaje está solo. Es un coloso vestido de áureo y
esmeraldino, que apenas dejan notar el Cunru y el Cusín, como dos vasallos que
se han echado a sus pies para rendirle homenaje. Sus faldas nórdicas y
occidentales extiéndense infinitamente y sus policromías le dan el aspecto de
un jardín florido.
Allá, confundidas, en el sutilísimo fluido del espacio aparecen dos prominencias del
Mojanda, semejantes a dos senos vírgenes bajo un imperceptible tul azulino.
Un poco
más a la derecha del espectador vemos el Cotacachi. Se le atribuye ser el
causante del asolador terremoto de Ibarra y esta población en el año de 1868.
Si sus entrañas son de fuego, su cabeza es de nieve y su corteza con penachos
rocosos, crestas sinuosas, vericuetos y pendientes, hacen que en su conjunto
tenga los más ocultos misterios de belleza y arte. El Imbabura y el Cotacachi
que han puesto su basamento sobre una planicie de verdor eterno, levantanse
majestuosos hacia la región de las nubes y son los milenarios monarcas de testas
coronadas de diamantes, cuyos dominios floridos se extienden a toda la comarca
de la gran hoya de Ibarra.
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