¿Por quién repican las campanas?
La conquista
española fue apoyada, fundamentalmente, por la religión católica que se encargó
de eliminar a los anteriores dioses, los cultos y templos que encontraron en
América.
La
construcción de los templos en cada uno de los pueblos que fueron constituyendo,
para juntar a los nativos, fue de máxima importancia.
Los
poblados de nativos fueron entregados en manos de los encomenderos para su
administración y cobro de tributos; el cura, maestro de capilla, el sacristán y
el síndico, por su parte, se encargarían de enseñar la doctrina, tejer, cantar
y tañer (tocar las campanas), cobrar diezmos y primicias. Al maestro de
capilla, tiempo después, se le dispuso que enseñe a leer y escribir.
Las
campanas, como elemento indispensable de los templos fueron fundidas a costa de
los caciques o de las personas pudientes del sector.
Hoy,
posiblemente, ha quedado en el olvido el mensaje de las campanas en su golpeteo
de la mañana, al medio día o por la noche, que daban su mensaje claro y
contundente.
Pedro
Reino Garcés, colega de la Academia Nacional de Historia, hace algún tiempo
colgó en su muro de FB una información muy interesante, con el título de “Cosas
de la iglesia católica para los ecuatorianos del siglo XIX”, en dicha
investigación, dice; que en 1867, “la Santa Sede Apostólica, reglamentaba según
el Sínodo Diocesano realizado en Guayaquil en disposiciones para la buena
marcha de la iglesia: En la parte que corresponde al uso de las campanas,
transcribimos, el siguiente texto: “Siendo las campanas como la lengua de las
iglesias para llamar a los fieles al templo de los divinos oficios, después de
recordar la observancia de lo dispuesto en el capítulo 1º de la Regla Consueta[1]
dada para las catedrales en el Concilio Provincial Quitense, ordenamos lo
siguiente: 1º Se prohíbe el toque de
plegarias que no sean por causa pública como es un terremoto, tempestad,
incendio, etc.”.
“2º No se darán más clamores al tiempo de los
dobles por algún difunto que los designados en la Regla Consueta, según el sexo
o condición del difunto, que son los siguientes: dos por las mujeres, tres por
los hombres, cuatro por los religiosos, cinco por los sacerdotes seculares,
veinte y cinco por los Prebendados, cuarenta por los Canónigos, cincuenta por
las dignidades y ciento por el Obispo Diocesano”.
“3º Se prohíben los dobles a cada hora, debiendo
limitarse a los señalados en la misma Consueta que son: uno inmediatamente
después de la espiración, otro cuando se lleva el cadáver a la iglesia, y el
tercero al tiempo de la absolución que se hace después de la misa”.
En
Mira, los repiques para anunciar la misa tienen su distinción; primero, segundo
que al final hay doble golpe de campanas, y el tercero o último que al
finalizar se extiende en un repique largo y cada vez más despacio y bajo volumen,
concluye con tres dobles, con el que inmediatamente da inicio la misa.
Generalmente la gente dice: “está dejando”, seguramente porque con este repique
“lo están dejando” afuera del servicio religioso.
Otro es
el repique o llamado a la adoración, cuando el “Santísimo está expuesto”, y es
un repique acompasado de dos campanas.
En
cuanto al toque de “arrebato”, es de mucho alboroto con todas las campanas al
vuelo y que anuncian algún hecho muy importante; lo pudimos escuchar muchos
años atrás, allá por los años sesenta, cuando se incendió la imagen de la
virgen de La Caridad y, peligrosamente, se extendía el incendio a todo el
templo. Otro fue, de extremada alegría, cuando se supo que Mira ya era un nuevo
cantón de la República (18 de agosto de 1980).
En el
olvido ha quedado, porque los tiempos pasan y los derechos alcanzados cambian
el convivir en sociedad; me refiero al toque de campanas para anunciar doctrina
o también para llamar urgentemente a los indios de la comuna, luego conocida
como La Comunidad, que un día fue cambiado a San Luis, caserío en donde fueron
a vivir los últimos “nativos de Mira”; eran obligados a “bajar” al pueblo para
adecentarlo “barrer y limpiar las pocas calles” o cumplir con una disposición
de la máxima autoridad civil, el teniente político.
El
lenguaje de las campanas de la iglesia católica tiene otras modalidades,
ejemplo; cuando el cura asistía “a bien morir” a una persona, confesarlo, y
ponerle los Santos Oleos o, como decían en la antigüedad; darle el Viático. El
Santísimo era llevado por el sacerdote a quien le acompañaba, al menos, el
sacristán con una campanilla, que acompasadamente, hacía sonar.
En
Semana Santa, las campanas “mueren” y son sustituidas por una “matraca o
maltraca” que es un artilugio compuesto por una tabla en la que están sujetas
unas alcayatas de metal móviles que con un movimiento de remolino golpean
secamente el metal con la madera. El sacristán es el encargado de realizar los
toques de matraca tal como si lo hiciera con las campanas.
Cuando hay
un sepelio y el cadáver está cerca del cementerio, callan las campanas de la
iglesia y le reciben las campanas del cementerio en un tan – tan – tan, triste
y final.
Ernest
Hemingway (1940), puso de título a una de sus novelas: “Por quién doblan las
campanas”, haciendo referencia a un escrito de 1624 de Devotions Upon Emergent
Occaso de John Donne:
“Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada
hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una
porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio,
o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de
cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso,
nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.”.
Las
campanas tienen su mensaje, en cada pueblo, que se marca en el recuerdo de su
gente y en Mira existe esa característica que ha permanecido por siglos, y que
se ha convertido en sonido familiar, y, aquí o lejos de este pueblo-ciudad, siguen
repicando en el inconsciente y en cualquier momento se las escucha claras y
llamando tu presencia.
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