LA NOMBRANZA EN LA HACIENDA DE PUEBLO VIEJO
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En las haciendas antiguas se
mantuvo la costumbre de la distribución diaria de las labores entre sus
trabajadores que estaba compuesto de cientos de hombres y mujeres, que,
permanentemente, laboraban en el sitio y residían en pequeñas viviendas fuera
del perímetro de la casa de hacienda, pero en el mismo territorio del patrón.
Entre las haciendas que
colindaban con el pueblo de Mira, estaban; San José, Pueblo Viejo, Puchués,
Casa de Teja, Santa Rita y San Nicolás, pero una, marcaba el ritmo de vida del
pueblo, y esa era la hacienda del Pueblo Viejo, que ofrecía trabajo, pastos, y
productos agropecuarios y elaborados, que se los podía comprar, tanto en la
hacienda, como en la pulpería que tenía en el pueblo.
Estas tierras extensas
producían; trigo, cebada, papas, maíz, frejol, alverja, anís, algodón. Frutas
de clima frío, temperado y cálido. De su trapiche salía; raspaduras, mieles y
alcohol, y, de su hato y quesería; leche, queso, mantequilla. Carne, cueros de
ganado mayor y menor, y un largo etcétera.
Antes de las seis de la mañana,
todos los días, se congregaban los trabajadores en el camino real que cruzaba
sobre la casa de la hacienda y que comunicaba con San Juan, Guanga, Piquer y otras
haciendas del valle en el sector de La Concepción.
Los trabajadores estaban junto
a la chorrera que formaba el caudal de agua que pasaba a la parte baja de la
hacienda; San Patricio, Santo Tomas, La Vaquería, La Palma y un montón de
nombres de santos y santas que marcaban la división de potreros y chacras con
algún producto de temporada.
El mayordomo montando un macho
enorme, escuchaba los pedidos del carpintero, albañil, trojero, recuero,
bueyeros, cuadrero, jardinero y, hasta, del huasicama, a quienes les iba
designando un número de peones ayudantes, dependiendo de los justificativos de
tareas pendientes que tenía cada peticionario.
Y el mayordomo los nominaba ya
sea con el nombre o con el apodo que todos tenían. Dos con el albañil para
componer las tapias, dos con el carpintero para dar mantenimiento al aire de
alguna de las casas, el trojero quería cinco para preparar la carga para el
negociante de maíz que llegaría a fin de semana, el recuero para trasportar el
trigo recién cosechado, necesita cinco; el cuadrero dos, el jardinero tres, y
el huasicama, al menos uno. Los demás peones propios tenían labores fijas; el
borreguero, el muchacho que cuidaba los terneros, las mujeres ordeñadoras y los
peones a la deshierba, el aporque, la cosecha, el acareo de leña y otros
menesteres, dependiendo de las necesidades del momento. Los queseros a cumplir
con los pedidos de quesos de media crema, de doble crema, cuajadas, picados,
amasado, y, así mismo, las mantequillas comunes y especiales. Las cocineras a
preparar los manjares para los patrones y la comida del diario para los
mayordomos.
Terminada la distribución del trabajo
en la famosa “nombranza”, en la que también aprovechaba el mayordomo
para darles las “requintiadas” a uno o algunos de los trabajador y
ganadores que habían cometido alguna falta, la gente se dirigía a cumplir sus
tareas agotadoras del día.
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