EL INCENDIO DE LA IGLESIA DE TUSA EN 1634
Eran las tres de la tarde de un domingo con sol que a esas alturas de los Andes pega con fuerza, cuando en la casa aledaña a la del encomendero, el teniente del pueblo secaba carne, colgando los pedazos de cecina sobre un cabestro largo extendido en el patio. Los olores debieron difundirse por el ambiente y no tardaron en llegar los gallinazos al cumbrero del convento a esperar la oportunidad para darse un festín con charqui.
Preocupado el teniente Zambrano entro a su habitación y preparó el arcabuz, tacando, adecuadamente, una carga y salió con la intensión de asustar a estas aves carroñeras que saltaban por el techo.
La piedra chispa hizo que el disparo salga con todo el papel con el que tacó el tiro que fue a parar a la paja de la cubierta.
Todos pensaron que el asunto quedaba allí con el alboroto de un tiro a las tres de la tarde de ese domingo que, en realidad, preocupó un poco por estar acostumbrados a escuchar tiros en las inmediaciones del poblado, pero la humareda anunciaba un incendió, que con el viento, que se desató de inmediato.
Las personas que estuvieron cerca se alarmaron y se aprestaron a apagar las llamas que ya aparecían entre la paja.
El sacristán Juan Chapas, subió apresurado al campanario y tocó “arrebato”, azotó con fuerza las campanas en anuncio de que algo pasaba.
Los pobladores dirigieron sus miradas a la torre y enseguida se dieron cuenta del incendió y corrieron por todos los lados en busca de utensilios para “favorecer” en la desgraciada situación.
Era la iglesia la que se quemaba. Unos entraron, inmediatamente, y retiraron “el santísimo” y en guando lograron poner a buen recaudo el órgano, varios cuadros y retablos.
Con escaleras pudieron llegar hasta cerca del foco del incendio que se volvía más intenso, hasta que les venció el calor y el peligro. Se contaminó el convento y el panorama estaba muy desolador. Los esfuerzos se multiplicaron y, al final, lograron controlar el fuego para cerciorarse que se quemó toda la cubierta de la iglesia y del convento. No quedó un palo sano.
El culpable había desaparecido, pero todos sabían que fue el teniente Zambrano. Un elemento pernicioso, que les había hecho la vida difícil desde su llegada con las ínfulas de la autoridad servil que no perdía oportunidad para azotar, golpear y ser implacable en el cobro de los tributos y contribuciones que el inventaba.
El corregidor de la Villa de Ibarra había colocado a ese teniente en el pueblo de Tusa a pesar de que existía una cédula real con la que se prohibía estos nombramientos en los pueblos de indios, sin embargo, el corregidor, haciéndose el ciego de la ley, dispuso lo contrario para asegurar el cobro de los tributos y la vigilancia de los habitantes de este sector que comprendían, los pueblos pastos de Tusa, Puntal y Ángel.
Los caciques se quejaron, porque además de prohibido por cédula real, en los pueblos circunvecinos, como Guaca, ya se había eliminado esta figura y el gobernador, los caciques y principales se encargaban de aplicar la ley civil y cumplir la obediencia a la religión católica.
El gobernador del repartimiento de Tusa y cacique principal, Don Diego Paspuel Tusa y Don Francisco Tusa, también cacique principal del pueblo, se querellan criminalmente contra el teniente del pueblo Miguel Zambrano “que sin temor a Dios nos abrasó y quemó la iglesia y convento de este nuestro pueblo de Tusa el domingo dos de este mes de julio (1634) disparando un arcabuzazo a las tres de la tarde sobre la casa del dicho convento y a poco instante se prendió fuego en la paja de esta cubierta, del taco de papel del dicho arcabuz que iba encendido con el fuego de la pólvora y luego cundió de suerte que quemó todo el dicho convento y la dicha iglesia que era la mejor que había en los pastos por ser de cal y canto”.
Esta querella la plantean a la Real Audiencia de Quito en razón de que, al mismo tiempo, seguían un pleito por despojo de tierras, en el pueblo viejo de Ángel, que habían causado los españoles que por merced del rey les entregaron muchas caballerías de tierras, pero se apropiaban de los pastos y tierras comunales del pueblo.
Al estar en Ángel el juez, Don Sancho de Vargas, enviado para averiguar del despojo, el gobernador pedía que sea, también, el encargado, de averiguar sobre el incendió; que lleve preso al incendiario, le embargue los bienes para que a su costa sea reparada la iglesia y el convento. Así se procede y se inicia la sumaria contra Zambrano.
Entre los bienes de Zambrano están: una mula castaña obscura; un macho pardo cortado la oreja izquierda, cuatro caballos, uno alazán, dos castaños y un rucio. El gobernador y los caciques, a quienes les comisionaron para que recojan los bienes de Zambrano, encontraron que las acémilas estaban encargadas donde D. Pedro Cuesaca, alcalde del Tambo.
Aparece Juan de la Cruz y reclama dos caballos; un alazán y un rucio, porque los indios del pueblo se los llevaron diciendo que son de Zambrano, pero que esos son los que le sirven para “buscar la vida”, y como el proceso sigue la autoridad de la villa de Ibarra ordena se le entreguen los dos caballos.
El pleito contra Zambrano no se soluciona rápido y vuelve como sí nada, con más ínfulas y el primero que sufre las consecuencias es el otro alcalde del tambo real del pueblo de Tusa, Pascual Nuchinal, a quien le atacó malamente con un palo, que hubiese pasado a mayores si no actúa el capitán Terán y lo defiende.
Con este hecho y con la amenaza de que a todos los que le denunciaron les golpearía como al tambero e incluso los mataría, se pusieron temerosos y muchos se fueron al monte con sus familias.
Los agravios del teniente Zambrano siguieron, cada día, con mayor venganza. Los indios en su querella manifiestan que el teniente posee el favor del corregidor de la villa por aquello no tiene ningún miedo.
Los latigazos, el trabajo gratuito para llevar cargas a otros pueblos es permanente. Ingresa a las casas de los indios y agarra lo que el quiere y nunca les paga; les obliga a prestarle caballos para sus viajes, además, que le entreguen huevos, pollos, leña o lo que se le antoja.
Al gobernador y los caciques los ha maltratado de palabra cada vez que ha querido.
Los indios insisten en la querella en la Real Audiencia de Quito, por el incendio de la iglesia y por la abusiva actuación de este teniente y piden que sea retirado de sus funciones y no se vuelva a nombrar tenientes foráneos, porque las leyes lo prohíben.
El documento extenso en el que se incluye este del incendio de la iglesia llega hasta septiembre de 1634, sin que podamos dilucidar cual fue el fin de la querella.
NOTA: Los pueblos de Tusa, Puntal y Ángel, corresponden, en la actualidad a las ciudades de San Gabriel, Bolívar y El Ángel, de la Provincia del Carchi.
Fotografía.- Iglesia actual de San Gabriel.
Este artículo es un resultado previo en una investigación sobre los caciques de los Pastos, que estoy ejecutando.
FUENTE: ANH/Q. Autos de la querella de despojo contra Alfonso Yánez, lo hacen el cacique y los indios de Tusa, El Puntal y Ángel por ocupar sus tierras y sus pastos.
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