RANDIS Y CEDACEROS
La figura de un hombre cargando un bulto a sus espaldas y con un bordón que también le servía de vara para medir las telas que vendía, fue familiar desde que asomé mis ojos a la calle.
Cuando llegaba a las casas ofreciendo su mercadería, abría el atado y brotaban organizados los montones de hilos, botones, agujas, telas y una que otra bisutería barata. Era un obsequio de color para toda la familia curiosa que no atinaba a que punto dirigir la mirada. Allí estaban como saltando la oferta que venía desde lejos para cruzar por las calles polvorientas del pueblo y todos sus caseríos.
En el Pueblo del Puntal, el 20 de enero de 1812 fue enterrado el indígena Alberto Alomoto, solterón, hijo legítimo de Vicente Alomoto y Rosa Ramírez, nativos de Guangopolo; Alberto “que fue Randi y en San Blas había muerto sin saberlo yo, (dice el cura) y digo vino su Padre a verme para enterrarlo, lo supe, y dijo que por que estuvo mejorado no avisó y después murió”, el párroco que firma en el libro de defunciones del pueblo del Puntal, es el Fray Juan Narváez.
En el libro de defunciones del pueblo de Tulcán, el 3 de marzo de 1842, el cura José Antonio Tufiño, escribe; “Sepulté gratis a otro indígena de los que llaman randis cuyo nombre fue Gabriel Imbaquinga que murió en la Hada. de Don Francisco Fierro”.
Para 1937, en noviembre 8, don Miguel Zuleta, registraba que en su casa tenía de huésped Nicolás Oña, que venía de Saquisilí y era vendedor de ropas. También se les llamaba mercachifles. Otro de los randis fue, Juan Oña, posiblemente hermano del anterior que llegaba a Mira por el año de 1937.
Luego fue una época en que llegaron personas de apellido Chiliquinga, y así a todos los randis que que aparecían por el pueblo los conocían como Chiliquingas, a pesar de tener otro apellido. Varios se establecieron en el pueblo y pusieron sus ventas que, al pasar el tiempo, se convirtieron en pequeños almacenes dedicados a la venta de telas y accesorios para las confecciones, luego, artículos de bazar.
Así mismo llegaban los cedaceros, constructores de tamices con tejido de cerda de ganado vacuno o caballar, colocado en aros fabricados de madera de aliso. La mayor parte de ellos procedían del pueblo de Guangopolo, cercano a Quito.
“El jueves 10 de marzo de 1938, doña Zoila, dice don Miguel Zuleta, en sus apuntes minuciosos de escribiente empedernido, "cambia tres colas pequeñas con un cedazo grande y un chico".
Cuando menciona "colas" se refiere a las de los caballos y vacas, que al igual que las crines de caballo, sirvieron para la confección de sogas y los famosos cedazos.
Esporádicamente vemos por el campo y las pequeñas ciudades y pueblos a los randis y los cedaceros que siguen haciendo su vida de vendedores caminantes.
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