PABLO MUÑOZ VEGA; PEQUEÑA BIOGRAFÍA DE UN MIREÑO UNIVERSAL

En una ladera del último pliegue del cerro Iguán, se apiña un manojo de casas pajizas y, muy pocas, techadas con tejas, que forman un pueblo perdido en Los Andes; Mira, en la provincia del Carchi. 

De 1892 a 1905 apenas hay 13 años, y en ese tiempo no puede pasar nada o puede suceder todo.

Para esas fechas lo que ocurrían; eran desgracias y abandono, pero en esos años nacieron tres niños que con el tiempo marcaron una diferencia importante ya que permitieron, a otras generaciones, tenerlos como referentes para alcanzar sus sueños.

En la parte central del pueblo aparece una iglesia humilde, reconstruida luego del fatal terremoto de 1868, con fachada y torres en "cangahua", y, que por la inclinación de la plazoleta, se perdían y, apenas, sobresalía una cruz maltrecha, ubicada en la torre.

Desde la iglesia hacia el norte, no había más que recorrer unos doscientos metros e iniciaban las pequeñas propiedades agrícolas y cien metros más allá, la hacienda San José. Por el sur, desde el mismo punto, a quinientos metros el cementerio y enseguida las quebrada de La Chimba y Pueblo Viejo, linderos con las haciendas de San Nicolás y Pueblo Viejo. Para el oriente, otros trescientos metros y nuevamente, otra quebrada, y la misma hacienda. Por el occidente, mil metros más allá, la hacienda Pueblo Viejo.

Los matorrales de "chilcas", uñas de gato, espinos, "cabuyos", pencos, tunas y "cholanes", forman los linderos del pueblo, por los cuatro costados. Los pequeños huertos con maíz, fréjoles, zambos; una que otra hortaliza, árboles de aguacate o limón, completan la variedad de productos para la cocina magra de sus habitantes.

El trabajo es escaso; la mayoría de los pobladores forman grupos de artesanos ocasionales; confeccionando alpargatas, sombreros de paja toquilla; tejiendo ponchos o cobijas. Cumpliendo con una pequeña obra de carpintería, cosiendo alguna nueva mudada para la fiesta o rascándole la barriga a la escasa tierra para tener algo que echarle a la olla.

Los jóvenes salen del pueblo a los valles malsanos en busca de trabajo como peones de las haciendas; las mujeres están, a diario, acarreando agua desde la acequia que pasa por el costado occidental del pequeño pueblo. Los viejos traen leña para la cocina desde los sitios escabrosos y, aparentemente, baldíos de los alrededores. Sus habitaciones se iluminan con mecheros o con velas de cebo. 

Así mismo, desde éste sitio favorecido por la naturaleza, se puede disfrutar con la mirada, hacia el norte el tutelar Iguán, y luego, hacia todos los otros costados, se abre un espacioso firmamento de azul cielo.  Se miran; el Cotacachi y la Cordillera de Llurimagua, el Imbabura, y, muy lejos, al sur occidente, el Cayambe. Entre los espacios de la cuenca inmensa del Mira, aparecen otras poblaciones tan pequeñas como mi pueblo; allá están: San Vicente, Pimampiro, Ambuquí, San Antonio de Ibarra, Urcuquí, entre las más visibles, otras serían identificables solo por los sonidos de los cohetes y las luces de los globos en las fiestas de sus santos patronos.

Las ilusiones de los padres de los niños que se libraban de las pestes que asolaban al pueblo, se perdían cada día más, porque los profesores de la escuela con pocos grados, renunciaban a un puesto que les mataba del hambre y los alumnos quedaban en el abandono. 

Pocos aprendían a leer y escribir de sus padres y abuelos, los demás se perdieron en las tinieblas del analfabetismo. Otros pocos huyeron por la necesidad y el hambre y en la lejanía, como añorando su pedazo de tierra nativa, hicieron todos los esfuerzos por superarse y muchos lo lograron. Nunca perdieron la razón de ser mireños y con orgullo lo manifestaron siempre y retornaron cada que pudieron o por las necesidad de retomar vitalidad en la matriz terrígena de su pueblo. 

Hemos tomado a tres mireños exiliados, (Jorge Bustamante, Jorge Benítez -que ya fueron biografiados en nuestro blog- y Pablo Muñoz Vega), que nacieron entre 1892 y 1905, que recorrieron los caminos de su lugar natal, al mismo tiempo, que hicieron amistad y que el destino y sus ganas de superarse hicieron que sus nombres queden en la historia de este pueblo, como demostración de que las adversidades no pueden truncar los sueños de nadie. 

En este artículo esbozamos la biografía del Cardenal Pablo Muñoz Vega. 

Este pueblo tan humilde, en el que se venera a la Virgen de la Caridad y a San Nicolás, fue el hogar de don Antonio Salustiano Muñoz Carrera, hombre creyente, sacristán, síndico, juez primero parroquial, teniente político, secretario de la junta proveedora de aguas, miembro de todos los comités pro mejoras, perito y testigo de muchos trámites legales. “… de una risa  tranquila y llena de felicidad, todo el pueblo lo quería y le respetaba, pequeño de estatura, de una alma grande, con su larga barba blanca parecía un patriarca” (1). 

Con su esposa Josefa (Josefina) Vega, hija de doña Pacífica Vega; “humilde, trabajadora, amasaba e hilaba; de profundo sentido cristiano, amante de la verdad, honrada, modelo de esposa y de madre” (2), tuvo cuatro hijos: Zoila, Eloisa, Rosa María y Segundo Pablo, que nació el 20 de mayo de 1903 e inscrito por el cura José María Soasti, dos días después, y, bautizado como Segundo Pablo Mardoqueo; fueron sus padrinos: Manuel Narváez y Asunción Chandi (3).  

Don Antonio Salustiano Muñoz Carrera nació en Mira el 11 de mayo de 1868 y falleció en el mismo lugar el 29 de noviembre de 1961, a los 93 años de edad. Don Antonio, fue hijo de Pablo Muñoz y Virginia Carrera. Fue bautizado en Mira, teniendo como padrinos a Manuel Onofre y Pacífica Ruales, y ofició el bautizo, el cura párroco Víctor Almeida. 

Para contraer matrimonio con Josefina Vega, natural de Mira, se realizó la declaración de soltería el 27 de octubre de 1889, sirviendo de testigos; Manuel Andrade y Joaquín Salas León. Se “velaron” el 4 de noviembre de 1889, siendo sus padrinos, los solteros; Francisco y Mariana Andrade (4). 

Los padres, pocos de ellos, que eran alfabetos, tomaban como suya la tarea de enseñarles a leer, escribir y las cuatro operaciones matemáticas a sus hijos. Ese fue el caso de don Antonio, ya que de cuando en cuando, se reabría la escuela a la que acudían presurosos los niños. El jovencito  Pablo Mardoqueo, tendría temporalmente como profesor a Medardo L. Ulloa y como compañeros de aula a Gabriel Ulloa, Segundo Mosquera, Laureano Guerrero, Eloy Campos. 

Habían crecido esos niños, pero Pablito, mantuvo su talla pequeña y su fragilidad que la genética había establecido que así sea. El cura del pueblo, Ricardo Reyes, que conocía de las capacidades intelectuales de Pablo Mardoqueo, por la cercanía que mantenía con su padre don Antonio y, además, por ser, obligatoriamente, el supervisor de la escuela y miembro de los tribunales de examinadores, convenció a los esposos Muñoz – Vega, para que su hijo varón sea admitido en el colegio San Ignacio de Loyola en Cotocollao.

Así es como, en 1915, acompañado de su padre, cabalgando un caballo y con un atado de ropas y provisiones, se desplazaron, silenciosamente, por el camino de la Rabija, la Portada y, luego, cruzaron el puente de Santa Rosa sobre el río Mira para encontrar un mundo diferente, gracias a su inteligencia excepcional.

Es considerado como una de las figuras más destacadas de la Iglesia católica ecuatoriana.

Por gestiones del párroco de Mira, doctor Ricardo Reyes, fue admitido “en la Escuela Apostólica de Cotocollao”. 

En una nueva carta del mismo párroco que ya residía en Bolívar, le ratificaba la decisión de que lo habían recibido en el colegio. Y con sorpresa lo ratificaba el P. Rector, en otra misiva. 

“El 22 de septiembre de 1916 se despidió de su querida madre, hermanas y demás familiares; el 23 estuvieron en Cotacachi para despedirse del Dr. Reyes y el 25 llegaron a Cotocollao, viajando, según costumbre de la época, a caballo … fue admitido el 29 de septiembre, después de un examen de dos horas acerca de su instrucción primaria” (5).

Ingresó como novicio a la Compañía de Jesús el 26 de noviembre de 1918, y luego de dos años hizo sus primeros votos religiosos. Estudió Filosofía entre los años 1923 y 1926, en Quito. 

Un episodio muy destacado se produjo en Quito, el 21 de junio de 1926, cuando Pablo Muñoz concluía el cuarto año de Filosofía, participó en un debate filosófico “al que asistieron las siguientes personalidades: el arzobispo de Quito Mons. Manuel María Pólit L., representantes de las Comunidades religiosas, Miembros de la Curia, Alumnos del Seminario Mayor, Profesores de la Universidad Central, Max Uhle y Tufiño, selectos médicos y abogados, el director de la Biblioteca Nacional, Caballeros distinguidos de la Sociedad capitalina y Representantes de la Prensa nacional” (6). El debate se realizó en el salón de actos del colegio San Gabriel, de 14 h. a 16h30.

Al día siguiente el diario El Comercio, publicaba lo siguiente: “El Torneo Intelectual de Ayer. Actuación Pública sobre Toda la Filosofía. Combate en el idioma de Lacio. Detalles del Debate.- Ayer nos dimos un baño de clasisismo y de lógica severa. Oído y entendimiento se recrearon con los fonemas de Roma y los juegos silogísticos que conceden, distinguen, subdistinguen, niegan, prueban la mayor y sacan conclusiones formidables venciendo el sofisma. Nos pareció que el musical Cicerón, en cláusulas sonoras y rotundas, de las punzantes Catilinarias y las terribles Filípicas discurría por el aula máxima; que Salustio había venido a hablarnos, en el dulce idioma que ilustraron más sus ritmos Horacio y Ovidio; que el historiador cívico y Galo Julio César formaba sus frases breves y enérgicas y que el conciso Tácito abundaba en viriles sentencias. El salón de actos del Colegio San Gabriel estuvo lleno de altas personalidades. En el escenario el estudiante Pablo Muñoz, de Mira, aprovechado escolar del Colegio Máximo de Loyola que está en Cotocollao, se erguía en la mitad, teniendo a la izquierda a su maestro el P. Eduardo Kaesen, de nacionalidad alemana, que hace como cuatro años reside en Quito; profesor que ha profundizado la Física y Química, materias que de preferencia domina. Después del bello discurso inaugural, en clásico latín, en el que se probaba la importancia del aprendizaje de la Filosofía, comenzó el férreo debate, útil ejercicio mental que es como el deporte del talento que le robustece, que le vuelve elástico y le proporciona armas para los combates del espíritu y el ordenamiento de las ideas”.

“Se lució el joven concertante y metafísico Pablo Muñoz, que fue prolija y triunfalmente contestando las objeciones que le ponían los Padres Constancio Villavicencio, dominicano, L. Jaime, franciscano y P. Caballero, lazarista. La lid fue en latín, y a fe que cada cual peleó con brío, arrancando aplausos, sobre todo el sustentante Muñoz” (7).   

Siendo aún alumno fue profesor de Filosofía de sus compañeros por disposición del Rector, fue profesor secundario por dos años en Quito y uno en Riobamba en el Colegio San Felipe, enseñando Filosofía.

Para sus estudios en Teología, en 1929, se trasladó a España, Bélgica y El Vaticano. En Roma se ordenó de sacerdote el 25 de julio de 1933, en la iglesia de San Ignacio.

El 20 de marzo de 1933, en Roma, se efectúa un debate teológico en la Pontificia Universidad Gregoriana sobre “Las dieciocho tesis teológicas de Cristo Redentor”, Pérez (8), transcribe parte del artículo de “El Observatore Romano”, que da cuenta del evento: “Magnífico triunfo de un Jesuita ecuatoriano en Roma. “En la tribuna central ocupaban asiento el P. Pablo Muñoz S. J. defensor de las dieciocho tesis teológicas de Christo Redentore, y los Rvdos. Guillermo Keilbach, del Pontificio Colegio Germánico – Húngaro, Santiago Wroe del Van, Colegio Inglés y Azelio Morini, del Pontificio Seminario de los Santos Ambrosio y Carlos, disertando sobre Cristo Redentor, Sacerdote y Hostia. Ante una mesa especial estaban el Revdmo. P. Reginaldo Garrigou Lagrange, O. O., Vicerrector y Profesor en el Pontificio Instituto Angélico, y el Rvdmo. P. Anselmo Stoltz, O. S. B., Profesor en el Pontificio Instituto Académico de San Anselmo, los cuales, accediendo benévolamente a una invitación de la Dirección de la Universidad Gregoriana, debían proponer al defensor algunas cuestiones y objeciones; y ante otra mesa especial al frente, estaba el profesor de la materia y decano de la Facultad de Teología en la Gregoriana P. José Filograssi S. J.” (9). 

“Subió en seguida a la cátedra el Rvdo. P. Pablo Muñoz, S. J. que a la clara argumentación del Rvmo. Sr. Santiago Wroe respondía de manera incontrovertible con el dominio que le daba el profundo conocimiento de la materia. Claridad y precisión que el Padre mantuvo también en las contestaciones a las límpidas y estrechadoras objeciones propuestas en la forma dialéctica tradicional de la escolástica por el Rdmo. Sr. Guillermo Keilbach. Pero el imponente acto cobraba mayor entusiasmo cuando se ponía de pie el Rvmo. Reginaldo Garrigou Lagrange, O. P., saludado con nutridos aplausos por la numerosa asamblea. El conocidísimo y doctísimo Profesor atacaba con gran claridad, con precisión y cordialidad y se mostraba gentil con su adversario, el cual estuvo siempre coherente consigo mismo y también él, preciso en sus posiciones. Al fin de su argumentación, el Rdmo. P. Garigou Lagrange agradeció a su adversario y fue calurosamente aplaudido. El mismo aplauso, cálido y nutrido, mereció el Rvmo. P. Anselmo Stoltz, O. S. B., definido y neto en sus objeciones, pero no menos gentil que su Rvmo. Colega”.

Más adelante, la nota dice: “Nos honramos en presentar a la esclarecida Compañía de Jesús nuestra entusiasta congratulación por el espléndido triunfo obtenido por el joven Jesuita ecuatoriano en la celebérrima Universidad Gregoriana, escogido entre dos mil alumnos para sustentar y defender las referidas tesis” (10) .

Para 1937 inició sus actividades docentes en la Universidad Gregoriana y, además, obtuvo su doctorado. En 1948 es visitador de la Compañía de Jesús en Ecuador, año en que regresó a su tierra natal Mira, en visita a su padre y familiares. Luego fue vice-provincial de la Compañía de Jesús con residencia en Quito, por seis años. Regresó a Roma en 1955 y, al Ecuador, vuelve en septiembre del mismo año, y, llega a Mira para saludar a su padre anciano. 

Fue Rector del Colegio Eclesiástico Pio Latinoamericano hasta 1957, y el Papa Pío XII, le nombra como Rector de la Pontificia Universidad Gregoriana, ratificado por el Papa Juan XXIII; rectorado que lo cumple hasta el mes de septiembre de 1963, las dos, instituciones de Roma. 

Fue Obispo coadjutor “Dado a la Sede” de la Arquidiócesis de Quito. Arzobispo Emérito de Quito. Presidente de honor de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica de Quito. Arzobispo de Quito y el segundo Cardenal de la iglesia católica, en 1969, en el papado de Paulo VI. Asistió a Roma como elector de los papas, Juan Pablo I y Juan Pablo II, además, fue confesor de varios papas.

El cardenal Pablo Muñoz Vega, falleció en Quito el 3 de junio de 1994 a los 91 años de edad, en la Casa Sacerdotal del Sagrado Corazón, que fuera construida por él para dar cabida a los sacerdotes de avanzada edad. 

Sus restos mortales fueron velados en la Catedral Metropolitana de Quito y a las 12h00 del día sábado 4 de junio de 1994, se realizó la misa de honras fúnebres. 

Su producción literaria fue abundante; entre sus principales obras: Psicología de la conversión de San Agustín; Las teorías físicas de San Alberto Magno; Introducción a la síntesis de San Agustín; Causalidad filosófica y determinismo científico; El estudio del hombre como introducción al problema de lo sobrenatural; Los problemas de la experiencia mística a la luz del pensamiento agustino; La existencia, su alternativa y su misterio en la síntesis de San Agustín; Fe e inteligencia en la génesis de la ciencia moderna; Fe y política; La Iglesia ante el reto entre capitalismo y socialismo.

Está en curso la canonización de este mireño ilustre, ya que, en el año 2013, se realizó el pedido para iniciar el trámite de la canonización de Pablo Muñoz Vega. El diario El Universo (Guayaquil), en nota de 9 de enero de 2016, bajo el título de: Un primer paso para la canonización de Pablo Muñoz Vega, manifiesta: “El Vaticano respondió favorablemente a un pedido que realizó el arzobispo de Quito y primado del Ecuador, Fausto Trávez, para iniciar acciones que conduzcan a una eventual apertura de la causa del cardenal Pablo Muñoz Vega” (11).

FUENTES DE CONSULTA

1.  Pérez, Oswaldo. 1964. Al Excelentísimo y Reverendísimo Monseñor Pablo M. Muñoz Vega, S. J. Obispo Coadjutor de la Arquidiócesis de Quito en su visita a Mira con motivo de la Coronación de la Protectora Imagen de la Santísima Virgen de la Caridad, como Reina y Protectora de Mira y del Cantón espejo. Editorial Fray Jodoco Ricki. Quito. pp. 11.
2.   Ídem. 12.
3. Libro de bautismos de la parroquia San Nicolás de Mira.
4. Ídem. 
5. Pérez, Oswaldo. 1964. Al Excelentísimo y Reverendísimo Monseñor Pablo M. Muñoz Vega, S. J. Obispo Coadjutor de la Arquidiócesis de Quito en su visita a Mira con motivo de la Coronación de la Protectora Imagen de la Santísima Virgen de la Caridad, como Reina y Protectora de Mira y del Cantón espejo. Editorial Fray Jodoco Ricki. Quito. pp. 13.
6.Ídem.
7. Ídem. pp. 13 – 14.
8. Ídem. pp. 11.
9. Ídem. pp. 15.
10. Pérez, Oswaldo. 1964. Al Excelentísimo y Reverendísimo Monseñor Pablo M. Muñoz Vega, S. J. Obispo Coadjutor de la Arquidiócesis de Quito en su visita a Mira con motivo de la Coronación de la Protectora Imagen de la Santísima Virgen de la Caridad, como Reina y Protectora de Mira y del Cantón espejo. Editorial Fray Jodoco Ricki. Quito. pp. 16.
11. Fotografía de Pablo Muñoz Vega. https://www.eluniverso.com/vida-estilo/2016/01/09/nota/5332378/primer-paso-canonizacion-jesuita

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