Homenaje al amigo Alfonso Chávez Jara (ESTE JOVEN DESCALZO)


Toda amistad se genera entorno a la conversación casual, al ir repasando la vida de unos y de otros; sin querer, sin la preocupación de saber de dónde somos o quiénes somos. Así debió ser como en una tarde de tantas, fuimos recordando nuestros pueblos de origen. Nos reconocimos allí, en esos pueblos pequeños, humildes, pero a la vez altivos y pintorescos,  convertidos en el sustento primigenio de las raíces que apenas nos colgaban de la existencia. Así supe que Alfonso Chávez Jara[1] había nacido en Villa Unión, por lo que provenía del legítimo pueblo de Riobamba. Comparamos las edades y era más guagua que yo, pues le superaba con tres años; él apenas había nacido el 5 de diciembre de 1956. Recordamos las fortuitas y contadas ocasiones que nos vimos en la Universidad Central, con el único conocimiento de que luchábamos por las utopías de siempre, esas utopías que no acaban de convertirse en realidad.
Cuantas veces compartimos con todos los amigos o con algunos de ellos, en la entrada del edificio donde, luego de su peregrinación, fue a parar la querida Casa de la Cultura. Pensábamos en una situación pintoresca de cómo una Casa subsiste sobre otra casa o sobre un teatro y reímos a carcajadas. Así es en nuestro país, todo es posible, y con nuestra casa a cuestas hemos estado en distintas casas ajenas hasta llegar a la propia a la que le fuimos agregando o quitando algo por cada lado, con ese mismo empeño con que lo hacemos a nivel personal, en nuestra propia casa.
En una de esas casas viejas y ajenas, el segundo piso del Teatro León, al que había que entrar despacito y pisando suave, por la sensación de desastre que sonaba estrepitosamente en cada paso, empezamos a discutir de literatura, y cuando el silencio se hacía, luego de una acalorada y amable discusión, las hojas de las ventanas golpeteaban entre sí como aplaudiendo nuestros arrebatos. Nos quedábamos mirando y seguramente pensando en los fantasmas sueltos que se acercaban o alejaban por los pasillos y las entrañas de las duelas añejas. El viento soplaba fuerte y se sentía el frio que se colaba por la puerta y las rendijas. Habían transcurrido horas y teníamos en las manos algunas hojas de papel, algunos apuntes, dibujos o garabatos en las pobres poesías o cuentos que se habían recortado para ese inefable evento de crítica literaria.
No me arrepiento de haber dedicado horas de horas a esta afición y vicio de leer y luego criticar, y luego comentar y discutir, porque fui conociendo a los amigos que se convirtieron con el tiempo en hermanos de la palabra.
Nunca me arrepentiré porque allí, realmente, conocí a un amigo llamado Alfonso Chávez Jara.
Como dije, no le pregunté quién era Alfonso Chávez, pero él se adelantó en decirme con su palabra y estilo; “Yo soy,/ aquí donde me ves,/ más terrestre/ que la hierbabuena, / más hierbabuena/ que la misma hierba:/mi manera es el canto,/ mi canto,/ una incansable oleada/ en manifestación/ a veces replegada. Pero además decía: La nochura/ Ha venido a gitanearme,/ A recorrer chasquidos/hueco adentro/ Del pecho,/ Me trajo tristes trazos,/ausencias acuosas,/Luego pendió/ de un cielo forjado/ De aguijones o cerdas/ y se perdió/ Habiéndome dejado/ Un día diablo total/ Gemelo mío. (Inquilina la noche)
Muchas veces hablamos de la creación literaria, de la narrativa o de la poesía y nos referimos al autor, al creador, al recreador, a la persona de carne y hueso que se entrega totalmente para producir esos mensajes, para derramar ternura, para desgarrar el alma, para apasionarse, para amar, para morir y para vivir. Juntos leímos algo que yo había escrito y que ahora comparto con ustedes, un párrafo de aquello que escucharon los oídos de Alfonso y salieron de mi boca y además sirvió para seguir conversando de la pasión por la palabra.
¿Y cómo es la vida de un escritor?, si todo lo que cuenta es de la vida real y a  la vez fantasía, capas que llega un momento en que no se sabe lo que corresponde a cada instante. Si fuese verdad, serían personas extraordinarias que conviven con el diablo y con Dios; que superaron la vida y la muerte; que participaron de una estancia en el paraíso, que conocieron seres sobrenaturales dentro de su fauna extraordinaria que cruzó por una flora de otro mundo.  Son seres que se desdoblan. Que vienen y van al infinito. Que son materiales e inmateriales.  Que son locos y cuerdos. ¡Bueno, que son una vaina!
Cuántas, realmente, son verdades que estuvieron con nosotros, que fueron parte de la sufrida vida y cuántas fueron imaginaciones o premoniciones que íbamos poniendo en la bitácora que ninguno de nosotros termina de escribir.
Un día me convocaron a conformar un taller de literatura. Talleriar, decíamos cariñosamente, a esta actividad de crear, recrear, gozar y sufrir. Fuimos muchos los asistentes, que entre la alegría de la primera vez, anunciábamos tener nuestros borradores para leerlos y someterlos a la discusión. Hasta aquí todo bien.
De primerazo se establecieron las reglas mínimas de comportamiento. Primero, no resistirse por nada (preso); segundo, se criticará colectivamente (carga montón); tercera, la crítica será despiadada, lacerante (santa inquisición) y de inmediato me invadió la temperatura. A renglón seguido escuché el silbido de un foetazo en las orejas que me permitió bajar la temperatura hasta los límites de quedar helado e incluso casi morir de hipotermia.
Dijeron, algo parecido a esto: “Criticar un texto, no es un simple juego, aunque puede parecerlo. Es un ejercicio profundo en el que el texto se desmenuza, disecciona para entenderlo. Se necesita conocer, previamente; métrica, historia de la lengua, fenología, morfología, sintaxis, semántica, lexicología, figuras del lenguaje… y, también, hay que tener en cuenta que todo texto es un signo lingüístico y que, como tal, se compone, y así hay que analizarlo, de un significante, un significado y un referente”. “En el aspecto lingüístico o forma se estudian los planos fonemático, prosodemático, morfológico, sintáctico y lexicológico. En lo literario o de fondo, entre otros, el estudio del tema, el argumento, la acción, la estructura de planteamiento temático, el punto de vista, los personajes y actuantes, el espacio, el tiempo, el tono y un extenso etcétera acompañado de etcétera y más etcéteras…, ¡a la mierda el canon literario!.
Después del joropo inicial los convidados se desgranaron y fuimos quedando los más curtidos, los que no teníamos que perder, porque la vergüenza la pasábamos haciendo de tripas corazón.
Un día nació Sacapuntas, publicación del taller bautizado con el mismo nombre del colectivo. Tomamos coraje y se invitó a varios talleristas más fogueados. De Quito vinieron a criticarnos con más saña y nos enfrascamos en los encuentros de literatura, tertulias formales e informales para seguir con la necedad-felicidad de compartir poesía, ensayo, cuento, novela, con todas sus innovaciones y ocurrencias.
Con entusiasmo llegó el día en el que se publicó el primer Sacapuntas; era el 1 de junio de 1988. En la Liebre Ilustrada (Siete Días) del periódico Hoy del 24 de julio de 1988 se publicaba la portada de Sacapuntas y en una nota, más bien corta, decía; “El “órgano” está elaborado por un colectivo de redacción y en seguida la lista de los sufridos talleristas, luego cuentos cortos, poesía y un pequeño ensaño del cubano Roberto Fernández Retamar, sobre la vanguardia de la literatura cubana, además unas páginas con la joven poesía inédita cubana. Todo, rompiendo esquemas, textos y estructuras desafiantes; todo impreso sobre papel craft.
Uno de los impulsores, mejor dicho, el mayor impulsor de los talleres fue Alfonso Chávez, y sus criterios los plasmó, justamente, en la página inicial de ese documento[2], cuando escribía: “habitualmente escuchamos criterios que minimizan la importancia de los talleres literarios y exaltan, en cambio, la soledad de la “creación”. Criterios que se hacen eco de balaustradas meta-literarias que colocan al “creador” en la trillada estratósfera de los semidioses, en una susceptible urna de cristal o en una inalcanzable torre de marfil”…“al taller literario hay que ubicarlo como la balanza social necesaria para contrapuntear estas ideas, (de lo solitario del iluminado, esto es mío) para echar por la borda esa consciente aunque inocente pose de estrellato o esa inconsciente y agridulce soledad que nos vuelve naves azarosas, bamboleadas, a punto de naufragio”.
“El taller literario nos ubica en un espacio y tiempo para la producción mancomunada, ¿se trata de perder la identidad?, ¿de estandarizar la producción literaria?, ¡nada de eso! Se trata de desmitificar la “creación” para entenderla como producción literaria que nace del trabajo sostenido. Un gramo de inspiración y kilogramos de transpiración. Enseñándonos del rigor de la autocrítica…”.
“¿Cómo podríamos ahorrarnos este mascullar de dudas en soledad, ese rumiar sin nombre por el cual nos aislamos y nos suicidamos diariamente?, ¿Cuánto tiempo ganaríamos creando talleres literarios?... Si aprendemos más viviendo en soledad o sumándonos a ese torrente humano que nos desafía, nos lacera, nos ilumina o nos salva; escoja cada quién”.
A más de descubrir al amigo que lo tuvimos cerca, con el que compartimos sueños y nos planteamos derroteros, con aquel que alcanzamos logros o nos detuvo la incertidumbre, es necesario revisar sus escritos, su poesía, porque allí han quedado plasmados sus sentimientos que se han decantado con el paso del tiempo, y la vida vivida está allí; agitada o calmada, feliz o triste que transcurre para cada persona, que aparecen de pronto, frente a todos y nos dice quiénes somos en realidad. Esa vida que es la suma de instantes muy marcados, definidos, en unos casos, o traslapados e indefinidos en otras, que sin embargo son muy notorios y dicen como es cada uno.
Alfonso, en “Preguntas Premonitorias”, escribe; Unida a la vida/ por un cordón de sueños/o un insomnio de mármoles/ c  a  í   s   t  e/ de qué sirvió la tarde/ cruzada a fuego fácil/ de qué la traición/ trepando a tientas/ el algodón sucio/ de la muerte? 
De las interminables tertulias nació la necesidad de asumir responsabilidades; de que al menos, algunas utopías se hagan realidad, y se tomó la decisión colectiva de alcanzar la dirección de la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”, Núcleo de Chimborazo.
Habíamos llegado a los inicios de 1987 y lo acompañamos en la administración de la Casa a raíz de la elección del 30 de abril, con esa ilusión permanente de forjar una nueva conciencia colectiva a través del arte y la cultura.
Cada vez conocíamos más a Alfonso, cada vez pudimos tenerlo en todos sus estados de ánimo e ir descubriendo la parte más primigenias de sus sentimientos. Y en su búsqueda, en su rompimiento con los cánones, las formas y las costumbres, así llegan: Ojitos negros amigos/ ojitos que han de llorar/ la tarde que yo me vaya/ ya sé bien a qué lugar//Ojos negros tumbadores, /ojitos que han de llorar,/ porque yo no he de quedarme,/nací para caminar. Primero y último verso de Ojitos Negros, en Tanta vida y jamás…
Qué es lo interno de la obra de Chávez, no quiero referirme sino a una parte muy pequeña de ella, porque muchos han dicho de todo; quiero referirme a esa parte amorosa, a esa parte sencilla, simple y por ello la más profunda, cuando el poeta llega a contar sus cuitas y a dibujar con la palabra, el amor a los seres más cercanos. Esos seres que permiten nuestra existencia y aquellos que la prolongan, e incluyendo en ese amor grande a la patria y a su la gente.
Estas palabras se centrarán entonces en la familia y en esa extensión que son los amigos; ese grupo, que sin querer se vuelve parte de la vida de cada persona.
Esa familia extendida; sus amigos que pudimos escuchar su palabra en la que no se puso límites de ninguna naturaleza, que nos permitió conocerlo plenamente.
En “Canto que invita a la sangre a ser bandera”; dice: Figúrate, mamá,/ siempre la pobre/ lloviéndose de ti,/ arrancándose pétalos la Luz,/ y yo,/ su hijo amado/ descuadrado del margen/ que me han querido dar/ y no me he dado.//Tú me diste la vida,/ mamá me dio el sol,/ la luna abierta/ yo escojo en camino,/ proclamo mi derecho,/ mi gente,/ mi caballo,/ a lo mejor si entiendes mi palabra/ podremos ser los tres,/ los diez,/ los mil,/ un hogar con campanas/ y con sonrisas/ yo/ río caudaloso/ por mi cuenta,/ ya ves como soy:/ un arroyo tendido,/ ¡que vengan a mí tus manos!/ te invito a que cantemos/ y verás,/ cuan hermoso es ser,/ papá,/ un padre que camina/ a la marcha nupcial/ de nuestra Historia.
Más adelante, en “Querencia”; Por eso, mamá, / pequeñita importante,/ alondra,/ verso,/ lágrima,/ suspiro,/ me acojo a tu regazo/ con la tranquilidad/ y la alegría/ de quien conoce el sueño/ del vecino. Si hoy no tengo champán/ con que adelantar/ la copa momentánea, / en cambio,/ te mantengo persistente,/ hirviendo/ en esta caja/ ronca/ de mi pecho.//Deja que me revele/ solamente este puño/ que me mantiene/ histórico/ y entregarte en reliquia/ mi tropel/ que arrasa la nostalgia,/ mi caricia que enciende,/ mi cantata, mamá/ pequeñita importante,/ alondra,/ verso,/ lágrima,/ suspiro.
Pasamos horas y horas, ya lo dijimos, conversando de todo un poco. De los anhelos, las ilusiones, las utopías, pero el tema central siempre era la poesía. Y saltaba los versos de algún bolsillo, en cualquier papel o en alguna servilleta que era impregnada, allí mismo. Así saltaban los versos, así se creaba. Era cuestión de agarrarlos porque saltaban en una mesa, en un escritorio o en cualquier sitio y la poesía se leía, calientita, recién salida, fresquita, apenas aparecida. Le encantaba leerlas en alta voz, entonando las palabras, dándoles forma, incluso, con sus manos y releía y sus ojos brillaban detrás de sus espejuelos redondos. Luego de ese éxtasis colectivo, la poesía se volvía a refugiar en el bolsillo de la leva.
Cada vez, es necesario, recuperar su palabra y transcribirla para seguir construyendo su figura, para que su corazón siga latiendo entre los textos, que sus letras vivas siempre estén presentes, así, como en “Nosotros”; Los otros/ son seres necesarios/ como el sol o el veneno./ Nosotros/ somos imprescindibles/ el uno para el otro.// El uno guiándose/ por los faros líquidos del otro./ El otro nutriéndose debajo/ de las ramas inhóspitas del uno./ El uno encontrando su perdida sombra/ por entre las divinidades/ submarinas del otro./ El otro recuperando los fuegos que se/ escapan/ para regresar/ con sus lenguas más vivas que nunca.// Los otros/ son necesarios/ Nosotros,/ imprescindibles:/ el uno para el otro.
En la ilusión de la pronta oportunidad de saltar el charco con fines de estudio, una tarde caminé a contar la buena nueva al amigo y, además, aprovechar el momento para despedirme. Bromeamos y recibí muchos consejos y uno que otro encargo, para cumplirlo por mí y para mí. Me despedí con un abrazo sincero y recibí sus augurios de buen viaje.
El invierno había iniciado en Europa y el retorno se hacía urgente. Al fin, atados ya los libros, los apuntes urgentes sobre que escribir, unas cuantas estrofas para pulir, algunos recuerdos sueltos que no querían quedarse quietos en la maleta. Emprendí el retorno porque en la querida Riobamba me esperaba mi antigua vida, el momento anterior, ese que se rompió para dar pasó a otro instante.
Apenas puse los pies en mi país, recibí el abrazo lleno de calor de cada uno de los miembros de mi familia, a la que tanto tiempo la había necesitado y sin mirar atrás lo único urgente que quedaba era regresar a casa. Me senté a sentir lo que había extrañado y las palabras iban y venían. Mi compañera que me esperaba, también, soltó las palabras que se enfilaron a algo distinto, lo que me provocó inquietud; fueron vueltas extensas; palabras y palabras y al fin, recibí la noticia de que Alfonso se había ido 12 de noviembre de 1991.
Se fue, pero esa ida lo ha hecho más presente y por eso quiero recordarlo con sus mismas palabras y sentir que vuelve: “Vengo con mi mochila apretujada, / con el mundo en el pecho/ queriendo reventarme/ las mejores palabras,/ aquellas que quisieras escuchar:/ que estoy contento,/ que el golpe de la vida/ no derriba mi vuelo,/ que me enriquece el tiempo/ -este joven descalzo-/con sus vientos perennes,/ con sus aniversarios/ implacables”.


[1]OBRA POETICA.- “El cucho de la tierra”, 1974. Poesía. Quito.// “Canto de vuelo firme” 1980. Poemas. Editorial Universitaria. Quito. 180 p.// “Inquilina la noche” 1983. Poemas. Colección Viva-Vida. Quito. 24 p. // “La media noche sacude la memoria” 1989. Poemas. Colección VIVA-VIDA. Riobamba. 1989.// “Instantes” (libro póstumo) 1999.// “Tanta vida y jamás… 2002
[2]Sacapuntas. Órgano del Taller de Literatura de la Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión”, Núcleo de Chimborazo. N°1. Junio del Ochentaiocho. Ed. Pedagógica Freire. 1990. Riobamba. 48 p.

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